TODO LO QUE TENEMOS A APRENDER DEL AMOR ENTRE NOSOTRAS


Texto dedicado a la vida de

Nadia Ulerich.

¿Qué es la amistad? ¿Qué es el amor? ¿Qué son los celos? ¿Qué mierda es crear lazos de sororidad?

Esta semana perdí muchas cosas, entre cosas superficiales, cosas no tan poco profundas e ingenuidades, la ex mujer de mi papá.

La irrupción en mi vida de Nadia Uleriche, una bomba santafesina-paraguaya de 24 años que salía ¡con mi papá! con las tetas de la Coca Sarli, a mis diecisiete insegurxs y problemáticxs fue un antes y después. La odiaba. La odié más cuando se casaron y de pronto me reemplazó en la vida cotidiana que yo imaginaba. Yo tenía la fantasia implantada a fuerza de planteos paternos de volver a vivir a Estados Unidos y ella lo estaba haciendo.

Me burlaba de ella con mis amigxs, de la humildad de su familia, sus mil hermanxs, del hecho de que su mamá era más joven que mi viejo, y en general, me sentía dejado de lado y poco importante.

Pero por suerte, los lazos de sororidad insisten, como la vida. Y me encontré teniendo conversaciones muy íntimas y muy difíciles sobre el sentido de nuestras vidas y nuestras relaciones más íntimas, con el mar californianx y sus atardeceres de fondo. We became bosom friends, a lá Anne Shirley y la noticia de su suicidio me congeló la sangre.

Nadia y yo, Huntington Beach, 2011.

Digo que fue «mi primera aplicación práctica» de sororidad porque realmente enfrentarse a lo peor de una, lo más bicha, lo más conchuda, lo más harpía, lo más chismosa, lo más chota, en definitiva, lo más oscuro de una misma, es un ejercicio constante que debemos hacer para ser mejores. Check yourself, entrá en contacto con vos, chequeá tus privilegios, no te victimices. Porque la maldad entre mujeres no nos sirve en absoluto y nos perdemos de mucho por quedar pegadas con historias que nos hacemos nosotras mismas que no tienen importancia.

Nadia y yo, Fullerton, 2011.

La competencia -que yo sentía con Nadia, claramente, por el amor de mi papá- es patriarcal. No hay metáfora menos sutil que esa.

Nadia y yo, San Clemente, 2011.

La competencia entre pares, entre hermanxs, entre trabajadoras, entre periodistas, entre madres, entre artistas, entre integrantes de un equipo, entre militantes, por la primicia, por el amor de otrx, entre modelos de Instagram, entre influencers, entre amas de casa, entre todas solamente le sirve al opresor. Que siempre es un él porque es la definición de poder patriarcal. La posesión no existe, nadie es de nadie y quiénes sean tan necias de creerlo se manejan en ese registro y se hacen problema por esas cosas.

Te pone un poco todo en perspectiva, ¿no?

En los últimos tiempos, obviamente, habían cambiado las conversaciones. Estaba muy orgullosa de que me hubiera mudado, me contestaba las historias de mi techo agujereado vivando mi independencia, del orgullo con el cual me miraba mi papá en un vídeo dónde lo bardeaba por gorila. Se quería volver al país, me había dicho hace dos meses, con la pareja nueva, a Salta, porque en Estados Unidos se sentía alienada.

Nadia, San Clemente, 2011.

Le faltó red a Nadia. 

Su vida me marcó la mía.

El camino que tomo hacia construir relaciones sororas no competitivas con las personas con las que me cruce es su enseñanza. Y pienso honrarlo siempre, sabiendo que me puedo equivocar mucho, pero que al día siguiente intentaré recomponer, pedir perdón y tratar de ser mejor.

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