ANTONELA Y MESSI PARA TODES

Por Dani Morán

¿Querés ser mi Messi y yo tu Anto? ¿Y qué bailemos Los Palmeras? Los 27 de diciembre siempre se está en búsqueda de lo importante: la fiesta y el amor. Etapa de balances, cierres y de rascar la olla para llegar al otro lado. En ese contexto me vi enviándole esta declaración de amor a alguien. Soñar todavía sigue siendo gratis. Encontrar estereotipos dónde cobijarnos ante la incertidumbre vincular que nos rodea, por suerte también. 

Todavía algo me seduce de la idea de que el amor es simple, y por qué no hasta necesariamente un poco romántico. Hace semanas que vengo en debate con amigas y amigos – todos millennials en la recta de llegada a los 40 –  con los que todavía estamos definiendo la estrategia de cómo. Ya vivimos bastante hasta acá, y quizás bajando un poco la guardia, podemos darnos el lujo de un “recalculando”. ¿Seguimos rechazando todo lo que hicieron nuestros padres y madres per se, o vamos a ver qué pasa con lo de antes y lo de ahora? Porque el rechazo está compuesto por el deseo inconsciente, diría cualquier psicoanalista raso. Y vale para el/la que está repitiendo por miedo a cambiar, cómo para el que está en “lo nuevo” por miedo a registrar lo que hay. El futuro: un empate que se define en penales. 

El jugador de fútbol más grande de la actualidad es argentino. O peor, tan nacional que se la pasa tomando mate, escuchando cumbia y es familiero. Falta verlo lavar el auto un domingo por el barrio y llenamos cartón.  Después de muchos intentos fallidos y el abucheo de su propio país, Messi gana la copa América en agosto del 2021 desde el Maracaná, Brasil. En el partido triunfal, lejos de festejar solo de la victoria – actitud individualista que haría cualquier persona en su lugar – o con sus colegas del equipo, toma su celular para hablar con su familia. En la imagen se ve a su compañera Antonella en un auto agitando de felicidad. Intenta mostrarle a sus hijos en medio de la conmoción. 

Los medios captaron esa imagen “eterna” de alguien sensible, que cree que lo más importante del mundo no es ganar, sino compartir con los suyos. Y claro, se hace viral. Días después, Messi baja del avión, y se la ve a Anto envalentonarse. Corre a abrazarlo, se le sube a cocochó y le zarpa un chuponazo que definió una de las fotos del año. ¿No es acaso una escena íntima de una faceta común de cualquier ser humano que tiene los dos pies parados en esta tierra? Recuerdo un momento similar con un novio de la adolescencia que me había regalado una bici. ¿Qué la hace tan viral? Quizás sea un poco lo que estamos necesitando todos/as. Un alguien del otro lado para compartir básicamente la vida. Algo que por estar en una matrix constante cada tanto confundimos. O aún son las pasiones o la multiplicidad de ofertas. El no querer perder nada. El preguntarnos todo el tiempo ¿qué deseo?. Se vuelve agotador. ¿Cómo es posible tal cosa? 

Desde ese día, me subí a la peli Anto y Messi. Porque me sentí cercana de esa práctica, y además de la crisis económica por la que pasamos, se sumaron una inestabilidad laboral y monotributo. De todas, la historia de ellos es la única peli de las pochocleras que me interesa estar al día.  Aclaro que es una peli, porque no sabemos qué o que siente ellos en realidad. No tuve la suerte de conocerlos todavía. Pero en la ficción de instagram se palpita que son buena gente. Esto elijo creer.  Y no me vengan con el Wanda Gate. 

Vamos reconstruyendo la historia. Messi, es un pibe humilde y sensible, de un barrio parecido al conurbano del GBA pero rosarino. Que se esmeró y salió, que le puso empeño para ser quien es. A su lado, Antonella una “conocida de la infancia”, de la que Leo siempre estuvo enamorado. Pero luego de su residencia en Barcelona, pudo concretar una formalidad. Defensora de su familia, Anto publica cómo acompaña a la Pulga en todas. Y no por ser la “acompañante” pasa desapercibida. Se la ve con modos introspectivos, elegantes y humildes, evita y sobre todo esquiva con gran habilidad  los comentarios canceladores a los que el resto de la humanidad pensante estamos condenados/as. Se la ve empoderada, o mejor aún sin el drama sobre sus condiciones. Puede decirse que es feliz de disfrutar de un vínculo con un varón cis, millonario, que al parecer la incluye en sus proyectos. Como el pibe de barrio que pregunta a su novia si se compra esta u otra zapatillas. A pesar de la fama parece respetarla. Cuando Messi ganó su séptimo balón de oro hace unos meses, un fotógrafo le pidió a Anto que se corriera de la foto para que él salga solo con sus hijos. Ella se corrió sin dudarlo, pero Leo la miró y le dijo una especie de “quédate con nosotros” entre miradas y señas. 

Llegó la navidad. Anto y Leo se instalan en una mansión de Rosario para compartir con sus familias. En la noche buena, luego de los regalos. Se los ve descalzos bailando el tema que yo le dediqué mi último chongo: “Si me tomo una cerveza empiezo a recordarte” de los Migrantes y Rombai. “Tu y yo, somos el uno para el otro”, le canta Anto a Messi con una birra en la mano en la mano. Estallan los likes, corazones. El  amor simple se vuelve viral.

Hay algo de esa historia que me vuela la cabeza. Y es que – con la salvedad de la resolución total de la subsistencia material de por vida en esa familia – me gustan, ellos me identifican. Y lo que es peor, lo hacen tan bien que no siento tan lejos la posibilidad de vivir eso que viven.  A pesar de todo lo que los rodea. Parece ser simple. Expresan su amor desde un lugar básico, sin melodrama, sincero y romántico. Lejos de lo que el consumo mediático y de redes nos tiene acostumbrados: lo  acartonado, forzado, careta.

Llegó la noche de la fiesta exclusiva con la banda número uno de Rosario. Los Palmeras, viejos gordos y cumbieros saludan a Messi quién los contrató para vivir una noche inolvidable con su compañera, y claro, el resto de sus seres queridos. No hay nada más cercano al amor de verdad que la cumbia. De base y de ritmo. De pueblo que baila al ritmo de un cantar propio, que iguala y aglutina. La cumbia, es la música que desconoce clases sociales.Todes podemos bailar como y cuando pinte. Antonela y Leonel se vistieron iguales. El una remera y ella un pantalón color flúor amarillo. Tranquilamente podría haber sido yo y mi chongo con la última compra de la salada. Una mezcla de lujo, con “lo que llevamos en las venas” hace de esta historia algo tán básico que se destaca.  

No desisto de las libertades ganadas. Nos define el rechazo de los fracasos vinculares de nuestros padres y abuelos. Y esa libertad ganada es la que nos permite, además de flashear amor libre, adorar el amor heteronormativo de Messi y Antonela.  A diferencia de generaciones pasadas, hoy podemos tener el lujo de no saber lo que queremos. La época de prueba y error nos define. Porque contamos con la carta de la duda, el “por si las…”, ya no nos vamos a tragar ningún absoluto. El amor no dura toda la vida. Mejor no entregar el corazón.  Pero miralos a Messi y Anto, se quieren, se acompañan. ¿Qué está mal en todo eso? 

La duda, la segunda posibilidad, o peor aún: la desilusión. Nos desatamos de los mandatos, la monogamia, matrimoniales tradicionales, estructuras filiales por obligación. Pero todavía llevamos ese dolor a cuesta. También es la pérdida del “amor romántico” que nos hacía vivir la peli de Anto y Messi. Tras la denuncia del feminismo, la existencia de un  amor romántico que se traduce en terror: celos, golpes, sometimientos, censuras, muertes. Pero, ¿está mal ser romántico? Quizás no es cool el modo del amor romántico que existió hasta acá.  Pero bailar un unas cumbias descalzos, dedicarnos las letras, dormir acucharados, o  nada que se vincule al expresar amor simple podría estar mal. 

Si te sale amor, hacerlo. Puede ser ese un lema. No importa el pasado, ni el futuro. Aún vivimos bajo el capitalismo, que con un individualismo extremo, que solo se combate cada vez más a corazón. Estamos aprendiendo a negociar en los vínculos, o mejor dicho a cooperar hasta quizás sin patrones. Por eso las pruebas vinculares funcionan como una especie de utopía o pequeña revolución. Dentro de algunos vínculos de este tipo hay  épocas de bonanza en dónde nos sentimos más cerca de revolucionarnos contra el sistema y decir: la victoria es el olvido del yo por vos, o por el contrario venzo con mi yo, por vos. Me animo a probar un nosotres. De alguna manera aún seguimos como hámster intentando dar respuesta al acertijo ¿Cómo vincularse en el nuevo mundo?

Mis amistades están teniendo hijes, formando parejas de varios tipos y estilos. O sea, la posta es que frente a tanta incertidumbre: la gente está armando algo. Sigue apostando a estar y pasar la vida con otro, con otres. Tomar un poco de lo antiguo: armar una pareja (bajo algún formato posible), tener un trabajo estable (aún siendo monotributista), tener hijes (de algún modo más compartido y no dejar la vida en el intento), también está bien. ¿Para qué te la vas a complicar?. Entre eso también volver a los lazos iniciales: primos, tíos, hermanos/as, amigos/as de la infancia. Porque no está mal volver a las raíces. Tengo amigues que se emocionan al ver que cartas de sus abuelos/as se dedicaban siendo novies. Y no está mal emocionarse. No está mal festejar con los seres queridos/as todo lo que se pueda. No está mal amar a la mujer, al hombre, a lx trans, a la trava o no binarie. Amar siempre suma. Decirlo es plantar bandera por algo distinto.  A pesar de que el miedo paralice. Todavía más después de una pandemia, todos/as merecemos una segunda chance. Los  modos vinculares también. 

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