Abzurdah era un libro que circulaba en mi colegio del conurbano bonaerense en el 2006. Era un colegio religioso, de uniforme de jogging azul francia y rumores de compañeros que se cortaban. Yo lo leí en una noche de corrido, porque logra ese ambiente de ansiedad y necesidad de terminarlo, pero sobre todo porque era de una compañera del cole y no se lo quería pedir prestado.
El libro -que releí para escribir esta nota- es bastante malo, a la luz de los años que pasaron y principalmente porque ya no tengo dieciséis, pero tiene reminiscencias del tono de adolescente obsesiva, neurótica y triste que Slyvia Plath expresó tan visceralmente en The Bell Jar, salvando todas las distancias.
Abzurdah, con su hache al final tan dosmil, fue el bestseller que catapultó a la fama a Cielo Latini, una platense con hambre que se retrataba en las páginas de la Rolling Stone por el año 2006, todavía en su fase militante Pro Ana. Las devotas de Ana y Mia -código del principio de siglo para referirse a la bulimia y la anorexia- son muy de esgrimir su fervor bajo el manto de una “forma de vida” y de exigir que se les reconozca el derecho a la inanición. Y aunque ahora se multipliquen por las redes sociales y los blogs -volveremos sobre este punto- existen hace siglos y siglos. La “santa anorexia” de la Edad Media era una meta a alcanzar, una manera de purificar el cuerpo del pecado original y alcanzar el “matrimonio con Dios”. Hoy en día, los trastornos de alimentación son una emergencia grave en los países occidentales industrializados. El 90% de los casos son mujeres jóvenes y la edad de inicio generalmente está entre los 12 años y los 25.
Más allá de la fascinación que causaba Latini con su blog mecomoami, las telenovelas digitales que se crearon alrededor de la figura del novio/mentor/abusador Hogweed (les voy a pedir que por favor lean este blog), y sobre todo, más allá de sus trastornos de alimentación, su historia es una historia de la posmodernidad, imposible de haberse dado sin conexión a Internet. Ni la correspondencia epistolar más comprometida podría haber reemplazado las salas de chat comunes o el MSN en esta historia. En realidad, es una gran historia de amor a las nuevas maneras de conexión constante e incesante. La tecnología crea el ambiente capaz de amparar tamaña obsesión adolescente.
Si a eso le sumás una enorme tendencia a la dramatización, pocos amigos y demasiados pocos problemas, potencialmente tenés una chica que terminará escribiendo esa historia y dos novelas más.
La transposición del libro a la película ilumina algunos puntos de la historia pero sobre todo oscurece otras. El background de la Cielo pre adolescente gorda llevada al nutricionista es condensado es una escena de los primeros minutos de la película con una hermosa China Suárez sosteniendo un muñeco hecho de alambre con una soga alrededor del cuello. Faltaba el cartel luminoso que dijera “TENGO PROBLEMAS” en rosa fluo. Pero se nota lo bien logrado que está el guión en que las conversaciones de ICQ, los mails, hasta la enunciación psuedo diario íntimo que tiene el libro se convierte en atmósfera que permea cada escena. Todos los guiños a la generación que conoció el dial-up están muy bien logrados al igual que el soundtrack con un temón de Soda Stereo. Y que la China se haya dado el gusto de cantar esa bella canción que todos hemos cantado a los gritos es totalmente merecido porque dio una excelente actuación. Encarnó alguien realmente muy molesto, sumido en su mierda y sacándolo por dónde puede. Y enfrentó el reto que tienen las actrices de modificar su cuerpo para interpretar un papel correctamente.
El único lugar que falla la película es en la escena final con su elipsis y tono de moralina híper positivo, aunque no dudo de que la película lo necesitara. Aunque a posteriori la vida de Latini se ordena y se organiza -conoció la estabilidad con Rolando Graña y tiene dos hijitas que deben ser muy lindas- le quita la posibilidad de reacción/ reflexión ante la brutalidad de la escena inmediatamente anterior e impone un happy ending hollywoodense.
Su posicionamiento desde el marketing atrasa quince años fácil (siempre quise escribir esa frase) y cómo acertadamente interpreta Carolina Duek en su ensayo “Abzurdah: el amor vende más” no está pensado en el contexto que actualmente vive en la Argentina con el fenómeno masivo que fue #NiUnaMenos. El afiche que publicitaba el estreno reza “El amor duele”, una semana después de la concentración del 3 de junio que planteaba exactamente lo contrario.
En términos de producto de la industria cultural, abre el debate sobre los trastornos alimenticios, un problema real de las políticas de salud que no ocupa demasiado la agenda pública, lo cual siempre es bienvenido. Quizá lo más importante es que es una película de talento nacional de una historia que pasó en la capital de mi provincia (La Plata suele estar más tematizada por la música) que casi le gana en taquilla a una blockbuster hollywoodense de The Rock. Happy Independence day.