Estoy re mil emocionada con el momento que está viviendo el feminismo.
En particular la experiencia de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito está siendo muy satisfactoria como militante feminista que trabaja a cinco cuadras del Congreso de la Nación y bastante cerca de la Quinta presidencial.
Pero debo decir que más allá de los fiestones que se están armando los martes, una de las cosas más hermosas es tomarme un bondi y que seamos varias con el pañuelo colgado. En una clase de baile. En una clase en la facultad. En un consultorio médico. El triángulo verde se volvió contraseña secreta, acto declamativo silencioso y hasta chiste («¡es más fácil hacerte un aborto que conseguirte un pañuelo!» se escucha en las concentraciones).
Ahora, si entre nosotras es un acto de sororidad
¿por qué para los hombres sería esto?
¿Qué es esto? ¿O nosotras no decimos que los embarazos que una no quiere llevar a término pueden ser accidentales? Deberían estar todos usando el pañuelo, sobre todo porque muchos de ellos deben haber pagado alguno, participado de uno y hasta haber abortado cómo cuerpo gestante. Entiendo claramente el esteotipo de chabón falopa barbudo que intenta esconder su machismo bajo una pátina de progresividad, ¡pero no importa!
Acá estamos tratando de que salga una ley, que tiene que ser votado en el Congreso, por legisladoras y legisladores que responden de alguna manera a nosotres -por más tangencial e idealista que parezca eso- y a un clima social que presione y significa que todes nosotres tengamos el puto pañuelo. ¡Lo tienen que usar si lo tienen -y si no, consiganlo- porque estamos hablando de una política pública diseñada e implementada por el gran pueblo argentino salud (en este caso específico) y está buenísimo que sea una ley que parte de profundo consenso social!
Y hay que copar todos los espacios, porque si no de pronto sos vos y Diego Rojas lo únicxs que lo usan en una inauguración de Fundación PROA.