ARGENTINA: CALLATE Y GOZÁ

// Por Camila Calvo.

Nos imagino a todxs en una relación poligámica con a la Argentina.

La mía con ella comenzó hace 21 años pero tengo conciencia de la misma hace seis. Los últimos tres años, todo cambió. El ser humano que la representa, me dice (nos dice) que sabe que estos últimos dos años y medio han sido difíciles, pero que todo lo que cuesta en esta vida, vale la pena.

Siempre sospeché de este ser, pero ahora me voy dando cuenta que algo está muy mal. Me asustó, no quiero saber más nada con él. En realidad nunca quise entablar una relación con este ser, me obligaron por mayoría y me excedió.

«Durante mucho tiempo nos fue bien» – me justifica.

¿Vos me estás cargando? pienso mientras se me hace un nudo en la garganta por no poder cortarle ya. No lo quiero ver más, ¡basta!  

-¡No te quiero ver más! – le grito mientras lo veo en la televisión.

Me responde, como si me escuchara, que sabe perfectamente todas las cosas que debo estar pensando y me entiende, que la sabe porque él también la sintió y aclara también que «debemos madurar».

A la hora de escucharlo no puedo dejar de escuchar al típico macho golpeador sacado de manual.  Insiste con querer enumerar las cosas que supuestamente nos hicieron bien y lo único que intenta es tapar todo lo mal que está haciéndonos. Insiste en que nuestro destino, mi destino es «este» por elegirlo.

Le respondo de vuelta al televisor: – «No te elegí, no te elijo y no te voy a elegir nunca.” Detesto cuando se victimiza, porque no es otra que un machirulo, como diría mi ex (la extraño). No quiero que me remarque las otras crisis que viví, dejemos de patear la piedra porque ya es hora de hacerse cargo de las cagadas propias.

Tenebroso, se me hiela la sangre. Busco a alguien que me pueda ayudar, pero todos estamos iguales: descuartizados, desaparecidos, colgando de un hilo. Nos duele caminar, nos pesa el cuerpo, nos pesa la relación, nos pesa Argentina.

Unos están más lastimados que otros: yo sentimentalmente, otros físicamente. Muchos fueron echados de sus casas, por eso no quieren hablar y se la bancan calladitos. También están los que eligieron al cínico y ahora desean cortar todo tipo de relación con él pero tampoco pueden. Hay por último en lo alto, unos pocos, llenándose el corazón (o el bolsillo) color oro (o verde). Este tipo no nos hace otra cosa que vulnerables.

Insiste, pero yo no me creo su discurso tenebroso de que fueron los peores 5 meses de su vida. Porque él mientras andaba enfiestándose con la gringa, nosotros lxs morochxs que no estamos a su nivel la pasamos acá en casa, preocupados por esa relación que estaba creando por fuera de nuestro consentimiento con “esa” ¡Y eso que salimos a las calles a decírselo!

Pero se me está haciendo imposible luchar contra él. El poder, sus decisiones, su pensamiento lo siento cada vez más arriba mío; lo siento pesado, lo siento sacándome las herramientas para poder bajarlo, me siento vulnerable. Veo a mí alrededor y nos veo resignados, contando los días para que pase y se vaya.

Siento también como de a poco me baja el pantalón y me aprieta contra el asfalto de la calle Santiago del Estero donde se encuentra mi facultad tomada, donde me tiene acorralada sin clases, sin educación, sin ganas, con intenciones bien claras: que no piense y me deje llevar. Veo como le bajan el pantalón a mi padrino y lo aprietan contra una línea de ensamble de la fábrica donde trabaja, como le ofrece despacito al oído que se rinda, que se retire después de 25 años de trabajo. Y así veo, veo como aplastan a todos, les bajan los pantalones y son ultrajados, violados de su realidad. Es inevitable, nos justifican, porque ya los elegimos es inevitable.

Nos quedan unos meses de relación más, así que por ahora: cállate y goza.

O no…

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