//Texto: Lara Fuchs. Adaptación libre «para las masas»: Estefanía Enzenhofer
El campo disciplinar del psicoanálisis se encuentra en un momento bisagra: del conservadurismo de los universales hacia las teorías queer y progresistas. ¿Será real que todxs somos trans?
“Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”, escribía Lacan en 1953. En 2017, debemos entender esta advertencia como un imperativo ético. No se trata de entender el discurso de una época, sino de dejarse atrapar por el mismo. Pero, ¿nos dejamos atrapar cuando abrimos esa pregunta desde la clínica del psicoanálisis? Ese deseo de conocer lo nuevo, ¿no nos dice ya que algo de cómo las subjetividades de ésta época nos resultan ajenas?
Desde estas coordenadas se intentará abordar las preguntas que nos convocan, porque son dos, y ambas tienen en común el significante nuevo. Para eso, tiene que haber ocurrido una doble suposición: habría algo nuevo en la psicopatología y habría algo nuevo en el amor. De esta parte, otra suposición: se refieren, con esa(s) pregunta(s), a las “nuevas” prácticas sexu@les (homo, bi, trans MTF, trans FTM, andrógino, asexuado, pangenero, etc), nuevos instituidos que emergen del cambio de paradigma que estamos atravesando producto de la inminente caída de la heteronorma, donde el psicoanálisis tuvo un papel preponderante desde sus comienzos con los aportes freudianos.
Estas “nuevas” prácticas no vienen sin nuevas conceptualizaciones teóricas y políticas, condensadas en las autodenominadas “teorías queer”, que se explayan sobre la sexualidad y la psicopatología. Éstas prácticas muchas veces aparentan estar en tensión con nuestra praxis, al punto tal de llegar a ser interpretadas en su activismo despatologizante* como una herida directa al corazón del psicoanálisis: la clínica.
*(Despatalogizar se entiende como no tildar de «enfermo» al sujeto que acude al tratamiento psicoanalítico).

Adelanto la propuesta: no hay nada de nuevo ni en la psicopatología ni en el amor. Y espero, al final del recorrido, dar cuenta de que quien cree que la comunión entre el psicoanálisis y estas nuevas formas de sexu@lidad conceptulizadas por las teorías queer es una empresa destinada a fallar, no ha querido o podido comprender los postulados fundamentales de una u otra disciplina.
¿Ser @sexuadxs?
La entrada del sujeto en el campo del lenguaje no es sin consecuencias. El encuentro con el significante deja su marca corporal privandolo para siempre del goce todo. Lacan traduce esta operación en uno de sus más conocidos aforismos: “no hay relación sexual”. Con la pérdida de la naturaleza humana se pierde también la complementariedad entre el sujeto y el objeto. La existencia de una sexualidad “normal” quedará completamente imposibilitada para el ser parlante, dando lugar a una sexualidad anormal, perversa, desviada y, por qué no, queer.
P.B Preciado, referente teóricx del movimiento, señala que lo queer viene a indicar la incapacidad del sujeto que habla de encontrar una categoría en el ámbito de la representación que se ajuste a la complejidad de lo que pretende definir. Podríamos decir: no hay significante que nombre al ser. La identidad será, por lo tanto, para ambas disciplinas una ficción, un fantasma desde el cual se buscará dar respuesta a este agujero significante que es la castración estructural, pero que, fundamentalmente, se construirá desde una alienación al Otro.
Para el psicoanálisis, la respuesta será una versión singular alrededor de la pregunta “¿qué me quiere el otro?”, que se establecerá por identificaciones y modalidades de goce. La lectura queer apuntará, desde una mirada más colectiva, a dar cuenta de la incidencia biopolítica del gran Otro que, desde una microfísica del poder, tiene influencias en los procesos de subjetivación y genera un adoctrinamiento del cuerpo, muchas veces en función de un discurso utilitario neoliberal. El carácter performativo de la identidad vendría a dar cuenta entonces de estas respuestas actuadas en el cuerpo.
Si partimos de la base que todas las prácticas sexuales, incluyendo las heteronormativas, son anómalas; como también lo es la estructura ficcionada de la identidad; asimismo que el sexo biológico es una construcción, entonces … ¿Dónde está lo novedoso?
Se trata de la subversión gramatical más controversial de los últimos tiempos. La aparición de una serie de neologismos que vienen a “liberar” al ser de la alienación significante, como si eso fuera posible. Así, aparece primero el uso del @, a tono con el auge cybernetico, para condensar en la nominación los géneros tradicionales. Posteriormente aparece la x, predilecta en el campo queer, que rompe ya completamente con estas distinciones y busca ampliar el margen de libertad de lo que permite la lengua que, como dice Barthes, es más fascista por lo que nos obliga a decir que por lo que nos hace callar. Siguiendo la línea de análisis del semiologo, la x aparece como una llave para salir del encierro ideológico inscripto en el lenguaje por vía de lo neutro. Neutro en tanto no se distribuye en ningún género/general, pero tampoco en lo particular, buscando elevar lo singular a paradigma. No se trata de eliminar las diferencias, como muchas veces se confunde, sino más bien de incluirlas en el sentido más político del término, dándoles identidad significante.
Pero bien sabemos que no hay significante, por más amplio y neutro que sea, que pueda colmar la agujero con lo real. El problema sexual no tiene solución significante y el malestar no se hará esperar. Es importante comprender que no hay desidentificación a los géneros, como propone el activismo queer, sin identificación a esta presunta nueva sexu@lidad. El cambio de paradigma se produce a partir de nuevos discursos, nuevos sentidos que intentarán llenar el agujero y que, por cierto, no tardaran en adquirir el estatuto de norma. Nuevas formas de ser hablad@s, mismos problemas de siempre.
¿Son estas nuevas prácticas una invitación al vale todo? ¿Representan una habilitación ilimitada al campo del goce? ¿O se puede pensar en un objeto @ que trace una relación fija del sujeto con el objeto? Ciertamente, la heterosexualidad no es garantía de una elección responsable, o como expresó el ingenio popular: “después de 6 copas sigo siendo gay, a diferencia de muchos heterosexuales”. En nuestra clínica, que no es fenoménica, solo lo singular del caso nos dará una respuesta. Mientras tanto la misma praxis: dejarnos tomar por la lengua del paciente.
En este punto se impone la pregunta por la práctica. ¿Qué lugar para el psicoanálisis en esta lucha activa por la despatologización? ¿Existe tal cosa como la muerte de la clínica? Para esto hay que entender cuál es el objetivo de esta lucha y de qué clínica se está hablando. En una región donde la expectativa de vida de una mujer transexual es de 35 años de edad – gran parte de ellas muertas en episodios de violencia de su entorno comunitario – cabe cuestionarse cuáles son los discursos que están favoreciendo la continuidad de esta epidemia.
El discurso psicoanalítico nada tiene que ver con el discurso científico que ejerce en el sentido de lo uniforme. Para el psicoanálisis el sujeto será siempre excepción. A partir del pasaje por el lenguaje cualquier sexualidad será extraña, impostada, artificial. Ya no habrá sujeto al que le coincida la “identidad” de género con el sexo biológico – definición de cisgénero. ¿Por qué no pensar entonces que para el psicoanálisis cualquier identidad por definición es trans? Apropiarse de este significante y subvertirlo, ¿no sería tomar una posición ética?
Una cosa queda clara, las teorías queer lejos de venir a cerrar sentidos abren nuevas preguntas y desde nuestro campo debemos estar preparados para alojar la angustia que estas nuevas vieja problemáticas sobre el ser y el amor despliegan.