Vivimos tiempos aciagos, como siempre y como nunca. Viene de piedrazos la cosa y el cuerpo propio ya no sirve de escudo hace rato. Pero una vuelve a confiar.
Jia Tolentino en Trick Mirror en su ensayo Always be optimizing lo siguiente: She looks like an Instgram -which is to say, an ordinary woman reproducing the lessons of a marketplace, which is how an ordinary woman evolves into an ideal – Parece un Instagram – lo que es decir, una mujer corriente reproduciendo los aprendizajes del mercado, o como una mujer corriente evoluciona en un ideal.
La promesa de la optimización (y como medio a tal, los jugos, las clases, rutinas de skin-care, piedras, etcétera) es la felicidad en los términos que esa intersección entre el capitalismo y el patriarcado puede dar. Estándares de belleza cada vez más ridículas, una manía por el amor propio, complejos andamiajes para esa foto, rutinas interminables de skin-care. Una negocia con la realidad una felicidad a cuenta.
Por eso no sorprende que el concepto «optimización» también hay sido usado por economistas como el autor de El imperativo moral del crecimiento económico. El principio de la optimización -el proceso de hacer algo «lo más funcional, efectivo y perfecto que se puede hacer- vive de los extremos. Y su contraparte necesaria, el imperativo de la felicidad admite triunfos individualísimos (¡hasta el famoso «tengan amigxs»!!!) que se sienten como tal porque de veras lo son, por momentos. La trampa está bien-iluminada, nos advierte Tolentino, nos bienviene.
Pero pero pero, la optimización vendida y la felicidad empeñada obviamente nunca es del orden de la justicia social. Sobre todo, por su composición netamente individualista. Por eso la subsecretaría de la resiliencia no tiene lugar en nuestro sistema político. Las brechas entre los géneros y nuestro mismo sistema de representación política siguen grotescamente desiguales. Lo único que hemos hecho es maximizar nuestros atributos en el mercado. Quizá, como propone la compañera, será simplemente cuestión de entregarse a lo abyecto y (mi hartazgo escribiendo) romper todo.
Mientras sigamos buscando la felicidad en el afuera, corriendo detrás de cosas que no tiene alma, estas distorsiones sólo van a acentuarse. La felicidad es un campo (oculto) en nuestro interior, tan fecundo, que cualquier semilla que ahí cae, crece frondosa. Decíme que no te interesa encontrarlo…
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¡compleja búsqueda!!! gracias por leer
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